Hay algunas noches en las que quiero morir.
No morir realmente... sino ser la muerte misma, la angustia y la agonía que representan la muerte.
La muerte de las ilusiones y los anhelos, la pérdida de la esperanza.
Ser por un rato la representación del abatimiento mismo. De la derrota.
Ser el fondo de la botella.
Ser un blister vacío de pastillas.
Ser todo eso que nadie quiere ser.
No ser.
Pero por un rato. Para después seguir siendo.
Imagino que esa sensación es con la que se regodea el que intenta una y otra vez suicidarse, midiendo el corte, la cantidad de veneno o calculando el tiempo exacto para ser encontrado y salvado...
No es querer morirse. Es querer o necesitar "casi morirse".
Una alarma que le advierta al mundo lo que se pierde por idiota.
Por no habernos consentido, por no habernos concedido aquello que le reclamamos.
Un acto de divismo, patético y triste.
Ridículo, absurdo... inevitable.
Mientras el Universo sigue su danza y nos mira ser un Bukowski de preescolar.
Y se caga de risa. Y me contagia la risa.
Y ya no me importa la agonía, ni la muerte ni la derrota.
Me importa la risa!